Foo Fighters es la sorprendente historia de cómo un batería se convirtió en una de las grandes estrellas del rock. Dave Grohl pasó de darle a las baquetas en Nirvana a cantar, tocar la guitarra y componer en una banda de rock con un directo demoledor, que lleva encima de los escenarios desde 1994. Por fin llega a nuestras manos su décimo álbum, "Medicine at Midnight", un disco de poco más de 35 minutos de duración y que ve la luz ahora después de varios retrasos a causa de la pandemia mundial provocada por la Covid-19. Es su álbum más pop, eficaz pero falto de pegada. Algo que demuestran desde el arranque, si disimulo con los coros de “Making A Fire”. Tanto si suenan agresivos como en "No Son Of Mine", como si se ponen bailables, en "Medicine At Midnight" (donde llegar a recordar al David Bowie de Let’s Dance), las nueve canciones suenan reconocibles. La estructura clásica de guitarra/bajo/batería/voz les hace conservar una marca distintiva. La fórmula continúa funcionando, pero no serán recordados por este trabajo que sí convencerá a sus seguidores. Los de Seattle están demasiado pendientes de sus manías como para desarrollar nuevas perspectivas y arriesgar parece que sería innecesario. Disco sin complicaciones, facilón, donde solo hay dos canciones: "Cloudspotter" y "Waiting of a War" que recuerdan mejores tiempos.
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